CRONICAS DE ESPANTO 98. LA MONJA QUE SE AHORCÓ.



Desde los orígenes de la nación mexicana, se cimentaron, a base de piedra y lodo, los pilares que fundamentarían el espíritu de esta nación.

Se dice con frecuencia que a la Nueva España llegaron los mejores y peores españoles: una mezcla de oportunistas, refugiados de la ley, caballeros y familias sin fortuna, sacerdotes inspirados e incluso religiosos milenaristas ardorosos en deseos de recrear la ciudad de Dios con los pueblos recién descubiertos.

Las ordenanzas para la creación de villas y ciudades en este lado del Atlántico, no dejaban lugar a duda sobre cuáles serían los aspectos preponderantes que deberían de regir la vida pública de los novohispanos. Una plaza pública, cuadricular de preferencia, como espacio de convivencia entre todos los sectores de la población; el edificio de gobierno en el frente, con cara al oriente. A un lado el templo del culto católico -ya sea templo, parroquia o catedral-. Un barrio de españoles, lo más cercano a los edificios de gobierno. Y distintos barrios o pueblos cercanos, allende el río, para los indígenas, negros y castas. 

En ese tenor, la llegada de una congregación religiosa, ya fuera masculina o femenina, era señal de progreso espiritual y material de la villa o ciudad. Era señal de un incremento de estatus, y de una diversificación de labores que hacían menos aburrida y tediosa la convivencia en la ciudad. 

Por estas y otras razones, las autoridades civiles y los personajes de importancia, siempre abogaban por la llegada de conventos, ya fuera de clausura o servicio comunitario, a la cercanía de las ciudades. De esta manera, llegaron las clarisas, jerónimas, capuchinas, y otras congregaciones más. Sin dejar de mencionar a franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios, juaninos, jesuitas, y el clero secular a cuentagotas.

En el caso de León, tuvimos la llegada de franciscanos, juaninos, jesuitas, clarisas capuchinas y otros.

El Convento y Templo de la Concepción, en la Ciudad de México, fue el primero fundado por mujeres. Otorgados los permisos por el mismísimo Juan de Zumárraga, se creó a unas cuantas cuadras del incipiente palacio del Virreinato. Estaba conformado por un noviciado, un convento para monjas profesas y el templo. Con sus correspondientes patios españoles que daban sentido de separación y espacio de oración y recreación entre las distintas áreas.

Si una mujer no podía aspirar a un buen matrimonio, una buena opción era profesar los votos. En ese convento, varias damas de alcurnia tuvieron la oportunidad de profesar una vida de adecuado estatus social. Así es, hasta entre las monjas había clases sociales. Había monjas que entraban al convento y vivían con servidumbre permanente. Depende de la dote otorgada al convento.

Así que, en ese convento, se vive la desventura de Doña María, al no poder apagar el fuego que su pasión ejerció sobre ella ante el indomable Ubaldo Urrutia.

Dicen que su suicidio, debidamente oculto para no difama el buen nombre del citado convento de postín, fue la causa para que dicho lugar sufriera la maldición del castigo divino, con la inundación y parcial destrucción el siglo siguiente, y la parcial destrucción producto de las leyes de Reforma.

Adjunto las ligas para que escuchen la leyenda completa. 

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